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LA RESEÑA: LA ARPÍAS DE HITLER DE WENDY LOWER – A P O L O R A M A
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LA RESEÑA: LA ARPÍAS DE HITLER DE WENDY LOWER

LA RESEÑA: LA ARPÍAS DE HITLER DE WENDY LOWER

 

 

Tal vez no alcance para considerarlo un tema tabú, el de las mujeres involucradas en los crímenes del nazismo, pero sí es cierto que su lugar en la bibliografía relativa al Tercer Reich ha sido siempre muy secundario. En ella, por ejemplo, una Ilse Koch, la célebre “Bruja de Buchenwald”, apenas suele pasar de sórdido dato anecdótico (como carne de hospital siquiátrico, simplemente).

 

El supuesto que subyace a esto es que la mujer debía por fuerza desempeñar un papel marginal en los asuntos públicos del régimen nazi, no solo porque la época era en general machista sino porque el nazismo lo era en grado extremo. Los prejuicios de género a la sazón vigentes vedaban a las mujeres el acceso a la mayoría de los oficios y profesiones, exceptuando los tenidos por aceptables para el decoro y los atributos femeninos (aun en la Alemania nazi se multiplicaban las secretarias, maestras, enfermeras, costureras, criadas domésticas y dependientes de comercio).

 

En cambio, las profesiones liberales, los cargos de responsabilidad, todo cuanto tuviese que ver con labores de planificación, administración y gobierno: todo ello era un coto reservado exclusivamente a los hombres. En una de sus primeras disposiciones, fechada en enero de 1921, el partido nazi excluyó a las mujeres de su estructura dirigente. Entidades femeninas nacidas posteriormente como la Unión de Mujeres Nazis y el Departamento Femenino del Frente del Trabajo en el fondo reproducían los estereotipos sexistas del nazismo, en un contexto en que ni siquiera la ideología más recalcitrante podía negar las necesidades propagandísticas o la realidad del trabajo femenino.

 

En definitiva, ¿qué responsabilidad podían tener las mujeres alemanas en las atrocidades perpetradas por el nazismo, si no se contaba a las guardianas de los campos de concentración femeninos? Aun en este cometido, el de guardianas o carceleras, el papel de la mujer parece confirmar el estereotipo de sujeto pasivo y subalterno en el contexto referido. Pero, ¿habrá habido algo más que esto? ¿Podrá hablarse de una complicidad multitudinaria de mujeres en la criminalidad del nazismo, y no simplemente de una participación ocasional o simplemente tangencial, cuando no de casos excepcionales de sadismo, como el de Ilse Koch? En su libro Las arpías de Hitler, la historiadora estadounidense Wendy Lower intenta responder a estas cuestiones.

 

La propia autora pone el acento en que se trata de un asunto poco estudiado, un tema plagado de vacíos que, sin embargo, pueden ser colmados merced al escrutinio de las fuentes documentales existentes y al testimonio de supervivientes de la época. No tarda demasiado en adelantar que fueron muchas las mujeres que tomaron parte en la ocupación de los territorios del Este, a la zaga de la Werhmacht, y que este contingente fue «una parte esencial de la maquinaria de destrucción de Hitler». La información servida en primera instancia impresiona a cualquiera. Y es que, en efecto, fueron varios cientos de miles las mujeres que prestaron servicio en el inmenso aparato nazi de ocupación, encuadradas en el ejército o en organizaciones vinculadas a las SS o al partido nazi, en que se desempeñaban como radio-operadoras, controladoras de vuelo, maestras, examinadoras raciales y enfermeras –entre otras funciones-. La presencia femenina germánica en el Este incluía a esposas, novias y amantes de oficiales o funcionarios alemanes, algunas de las cuales llegaron a dar muestras de genuino sadismo. De las mujeres que integraron los servicios administrativos del aparato nazi se puede suponer un grado significativo de conocimiento de los métodos nazis de ocupación, puesto que por sus manos pasaba gran parte del papeleo burocrático. Pero más importante es que en algunos casos lo que había era una participación real en las actividades genocidas del régimen, ya como “asesinas de escritorio”, ya como ejecutoras de hecho. Todo esto, ya está dicho, impresiona. El problema es que el libro de Wendy Lower no profundiza demasiado en estas cuestiones ni ofrece una satisfactoria visión sistemática del conjunto.

Buena parte de Las arpías de Hitler consiste en enunciados abstractos y en generalidades, además de resultar un tanto reiterativo en destacar la relevancia del tema, el que -insiste más de una vez- no ha recibido toda la atención que merece. Más que en la interpretación global, el fuerte del libro reside en la descripción de casos particulares de asesinas o instigadoras, casos escalofriantes sin duda. Con todo, no se trata de casos necesariamente representativos de un fenómeno masivo. Tal vez haya en todo esto un problema de planteamiento y de rigor metodológico; a ratos parece que la autora forzara en exceso la evidencia a objeto de probar su tesis, que es el del papel decisivo de un número ingente de mujeres en la maquinaria asesina del nazismo en el Este. El tamaño de la muestra, compuesta por una docena de mujeres, resulta insuficiente, y la misma selección de casos no es del todo congruente con la tesis central. Los conceptos no están bien delimitados. Suscita dudas la transición quizás arbitraria y demasiado a la ligera que practica la autora entre complicidad presencial y participación activa en el genocidio, o entre simple conocimiento y participación real en el mismo; o entre violencia virtual –la del personal administrativo- y violencia real –la de los ejecutores-. Por momentos parece abusar de lo que más bien parece una intervención aleatoria u ocasional de mujeres en actividades criminales, generalizando en exceso y haciendo de incidentes específicos un fenómeno sistemático y masivo.

Desgraciadamente, la autora no suministra suficientes evidencias sobre el desempeño de secretarias, mecanógrafas y administradoras, de las que con tanto énfasis afirma que fueron un engranaje esencial de la maquinaria genocida; buenamente nos dice de ellas que fueron unas asesinas de despacho y unas sádicas, pero no acompaña los enunciados (a veces tan drásticos como el de que esas mujeres eran unas torturadoras o que “seleccionaban a las víctimas”) con el adecuado material probatorio. En todo caso, cabe decir que sí proporciona unas cuantas consideraciones interesantes, las que ilustran la relevancia del factor burocrático en la comisión de las actividades genocidas. Es cierto, como afirma Lower, que el trabajo rutinario del personal administrativo contribuyó a la normalización de lo perverso. También lo es que las mujeres empleadas como oficinistas aplicaron sus capacidades al desenvolvimiento de una dinámica en último término homicida… pero esta es una constatación propia del sentido común. En otro orden de cosas, resulta estremecedor el capítulo relativo a las enfermeras, entre las que –asegura Lower- están las verdaderas asesinas en masa nazis (más que entre las carceleras). Está por probar un asunto sobre el que hay sospechas, sugerido también por la autora: el presunto asesinato, por el personal sanitario alemán, de soldados alemanes heridos o discapacitados.

Que los ejemplos abordados por Lower son abrumadores, de esto no hay duda. Uno de ellos es el de Vera Wohlauf, a quien los lectores de Aquellos hombres grises (Christopher Browning) o de Los verdugos voluntarios de Hitler (Daniel Goldhagen) reconocerán como la esposa del capitán SS Julius Wolhlauf, miembro del famoso Batallón de Reserva de la Policía del Orden 101 –sí, aquella mujer que, recién casada, acompañaba a su marido a redadas y matanzas de judíos en Polonia-. Se trata en suma de secretarias, enfermeras y esposas de oficiales nazis. Algunas de ellas son verdaderas criminales sádicas, otras son nazis fervientes, adherentes fanáticas y consecuentes de la ideología hitleriana. Por lo general se trata de genuinas colaboradoras de los programas de exterminio nazis, en algunos casos son colaboradoras voluntarias y de ocasión, partícipes de las matanzas aun cuando no ejercían ninguna función oficial (el caso de las esposas). Sin embargo, no todas ellas responden plenamente a la categoría de perpetradoras o victimarias. Es más: la autora especifica que dos de ellas, las enfermeras Ohr y Schücking, fueron “agentes de [un] régimen criminal, culpables por asociación, mas no por sus actos individuales”. El conjunto, la muestra seleccionada por Wendy Lower, es funcional a un propósito como el de mostrar el colapso moral de una nación, o, eventualmente, el de ejemplificar los modos en que nefastas pulsiones latentes brotan al amparo de circunstancias extremas; mas no del todo al objetivo de responder a interrogantes como las planteadas arriba, o al de corroborar la tesis sobre el rol fundamental de un número ingente de mujeres en la maquinaria asesina del nazismo. No es cosa de olvidar que la premisa formulada por la propia autora es que «el genocidio también es un asunto de mujeres», y que, «ante la “oportunidad”, las mujeres también se dedicaron a él, hasta en sus aspectos más sangrientos». Hay, pues, una suerte de desproporción entre la tesis, sobradamente rotunda, y las evidencias examinadas por la autora.

El libro de Wendy Lower es una indagación de tipo exploratorio que, en lugar de probar su tesis, tiende a dejar la impresión de que el papel de las mujeres en la criminalidad nazi fue más secundario e incidental que verdaderamente protagónico. Quedamos a la espera de un trabajo más profundo.

Denisse De la Parra